Si estás acudiendo a terapia psicológica o en un proceso de cambio para soltar lo viejo y aprender lo nuevo, aquí te presentamos algunas de las realidades que explican la complejidad del cambio y así poder ayudarte a identificar y comprender los atascos o las vicisitudes que experimentas en tu propio proceso.
1. Necesidades y deseos encontrados entre diferentes partes de nosotros mismos.
A menudo percibimos esas diferentes partes que somos: una parte mía quiere acostarse temprano, otra quieres salir con amigos; una parte quiere enfadarse, otra quitarle importancia a la ofensa en cuestión; unas personas conocen mi parte divertida, otras tan sólo mi parte seria etc.
Pero otras veces no identificamos ni percibimos bien esas partes contrapuestas y es precisamente ese conflicto interno no atendido lo que obstaculiza el cambio:
- Una parte dependiente y otra autónoma que también podríamos llamar infantil y adulta. Una quiere ponerse manos a la obra, se sabe responsable y dueña de su vida. Y la otra necesita que alguien se ocupe y le solucione el problema, en definitiva, no asumir la responsabilidad sobre aquello que le sucede. Así empieza un tira y afloja entre el niño y el adulto que habitan en nosotros mismos. A ratos nos hacemos cargo de nuestra situación; al rato estamos desando que desaparezca porque sí o responsabilizando a los demás de lo que nos pasa y esperando que nos salven de algún modo.
Nuestra naturaleza infantil dependiente se resistirá a aceptar y asumir este tipo de responsabilidad porque cree que no es capaz. Así que tenemos que reconocer y fortalecer la parte adulta autónoma y responsable.
- Aunque identifiquemos un deseo de cambio, es habitual que otra parte de nosotros mismos quiera permanecer igual. Por ejemplo: una parte quiere afrontar un miedo, pero otra parte de nosotros mismos va a necesitar mantener la defensa y prudencia, desconfiar.
Esto sucede porque el comportamiento, creencia, actitud etc. sobre los que estamos trabajando están ahí precisamente porque sirven para algo, nos sirvieron en el pasado y ahora también hay una parte de nosotros a la que le hace un servicio.
Si nos atrevemos a explorar,tal vez podamos identificar como aquello que queremos cambiar también nos está incluso aportando algún beneficio secundario. Tanto en las relaciones con los demás, como en la experiencia de mí y mi mundo emocional. Muchas veces este comportamiento que queremos erradicar me puede servir para evitar contactar con emociones o realidades internas que no me resultan agradables o son muy abrumadoras.
2. Resistencia a nuestra parte herida
Esto nos lleva también a considerar que muchas veces algo que impide el cambio es nuestra resistencia a atravesar el que puede ser un paso esencial, un alto en el camino que hay que hacer para pasar a un nuevo estado, para poder percibir o percibirnos de una manera nueva. Este paso es “tocar la herida” que está en estrecha relación con el comportamiento sobre el que estamos trabajando, la causa en muchas ocasiones.
Con esto nos referimos a mirar alguna experiencia personal dolorosa y sentir las emociones asociadas a ella, ese dolor o vulnerabilidad o rabia (cualquiera que sea el torrente de emociones que pueda desencadenar ello). Puesto que esto, a corto plazo, no es nada apetecible, podemos rehuirlo y así estancamos el cambio.
Un testimonio de ejemplo:
“No puedo parar de atender a todo el mundo a mi alrededor y sus necesidades o problemas.Quiero dejar de hacerlo, quiero poner límites y ocuparme de mis necesidades,estoy convencida de que necesito reservar energía y tiempo para mí pero me cuesta mucho cambiar esto. Y, entonces, me doy cuenta de que otra parte de mí no desea este cambio, porque este comportamiento tan entregado hacia los demás también me sirve para sentirme importante para ellos. También observo ahora queme este comportamiento me protege de que luego alguien me pueda echar en cara algo, quejarse de alguna falta de mí; realmente haciendo este sacrificio por los otros, logro sentirme buena. ¡Incluso haciéndolo de este modo puedo reprochar a los demás todo lo que no hacen por mí!, en definitiva doy tanto que la brecha y el desequilibrio con lo que recibo siempre es muy alto y puedo reclamar y quejarme lo que quiera, ¡qué menos!
Lo cierto es que gracias a que de este modo me siento tan buena y valiosa, consigo no llegar a sentirme nunca mal conmigo misma, en realidad me sirve para no contactar con unos profundos sentimientos de desmerecimiento y vacío que habitan en mi desde que era bien pequeña»
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