En el libro Come, reza, ama,  la autora Elisabeth Gilbert, narra un proceso de crecimiento personal tras una crisis vital. Aunque es cierto que su proceso es un tanto particular porque se ve enriquecido por un tiempo sabático y estupendos viajes (cosas que no puede permitirse cualquier persona), es una historia divertida.

Aquí rescatamos un  extracto del libro que puede ser inspirador y donde, sobre todo, se pone de manifiesto la necesidad del compromiso de cada persona consigo misma, de la disciplina y la tenacidad como ingredientes imprescindibles cuando estamos en proceso de cambio, orientadas a dejar lo viejo, aprender lo nuevo:

Me dedico a vigilar mis pensamientos durante todo el día; les hago un seguimiento constante….  Cada vez que veo aflorar un pensamiento denigrante, pronuncio el juramento: “No daré cobijo a mis pensamiento insanos”. La primera vez que me escucho decirlo me detengo en la palabra “cobijo”, que cada vez se usa menos. Significa amparo, refugio, puerto. Un puerto es obviamente un lugar resguardado, pero abierto al exterior. Me imagino el puerto de mi mente, un poco desvencijado, marcado por las tormentas, pero bien situado y con buen calado. El puerto de mi mente es una bahía grande, el único acceso a la isla de Yo (que es una isla volcánica joven, pero fértil y prometedora). Ha sufrido alguna que otra guerra, eso sí, pero ahora sólo busca la paz bajo una nueva gobernanta (una servidora) con un programa político destinado a lograr la protección de la zona. Y ahora (a ver si se corre la noticia por los siete mares) las leyes son mucho más estrictas en cuanto a quien tienen acceso al puerto y quién no. Ya no se puede entrar cargado de ideas crueles e injustas, con torpederos atestados de ideas, con mercantes esclavistas atestados de ideas, con buques de guerra atiborrados de ideas. Todos ellos serán rechazados. Tampoco se dará paso a los pensamientos de los desterrados furiosos o famélicos, de los amargados y los propagandistas, de los amotinados y los asesinos violentos… las ideas antropófogas, por motivos evidentes, tampoco tendrán acceso. Todos los que arriben a puerto serán filtrados, hasta los misioneros, para ver si son realmente sinceros.

Éste es un puerto de paz, la vía de entrada a una isla estupenda y orgullosa donde al fin reina algo de tranquilidad. Si respetáis estas nuevas leyes, queridos pensamientos, seréis bienvenidos a mi mente. De no ser así, os haré zarpar rumbo de los procelosos mares de donde veníais. Tal es mi misión y jamás cejaré en su empeño.